A
veintiséis años de vida independiente, México saboreó un 15 de septiembre
amargo. Era el año de 1847 cuando en el corazón del país la bandera que se
erguía en lo alto del cielo era la de la barra y las estrellas.
Hoy en día la
sombra de Estados Unidos parece querer nublar una vez más nuestra celebración.
Su venta indiscriminada de armamento así como el tráfico de drogas nos ha
sumergido en una guerra contra nosotros mismos. Una guerra del gobierno contra
delincuentes, pero al fin y al cabo todos mexicanos.
Si bien
este 15 de septiembre no veremos estampas surrealistas gringas, si tendremos un
sentimiento contrariado. Una celebración en época violenta. El Grito de Dolores
quedará minimizado a grito de dolor. Un dolor que nos carcome en cada capa de
nuestro tejido social.
El
incremento exponencial de la violencia en nuestro país por parte de los grupos
delictivos ha golpeado a todos por igual; desde el rico hasta el pobre, desde
el funcionario de gobierno hasta el inmigrante que venía de paso; al estudiante
universitario, a la ama de casa y hasta el ebrio que se encontraba en la
cantina incorrecta. Sin embargo no toda violencia es generada por los
criminales.
La
violencia no sólo se da por los grupos delictivos, también viene por parte del
gobierno. En los últimos años los encargados de gobernar al país han sido los
cómplices de venir desmantelando todas las conquistas sociales. La violencia también
es no tener casa, no tener comida, no tener trabajo.
La crisis
mundial que está afectando a las grandes potencias indudablemente que trastoca
la vida económica de nuestro país. Ello lo vemos reflejado en la creciente tasa
de desempleo, la desaceleración de las exportaciones y el nulo crecimiento del
PIB.
Sin
embargo, la psique del mexicano es bastante compleja. A pesar de todas las
desgracias que le pudieran caer a este país, la gente dirá presente este 15 de
septiembre en las diferentes plazas de la República para una vez más ser parte
del ritual de los vivas y los fuegos artificiales. Su herencia cultural, el
mexicano la lleva arraigada en el pecho: su veneración a los muertos, los
cantos de José Alfredo Jiménez, las películas del Enmascarado de plata y, por
supuesto, el gusto por devorar con fervor ese tormento llamado chile.