Bien. Estoy de acuerdo que voy al corazón de este cuerpo viruliento. Un bombeo de sangre improvisado, que más bien parece un eructo. Una ventana estrellada que vuelve al paisaje más violento.
En esas venas largas y quebradas va el aliento viejo y ebrio en una grajea que no cura sino infecta.
El cinturón huele a mierda y el aire a ritmo tropical congela.
La larva insiste, penetra y ahí están las incoherencias. Música de cuerda, soprano, tenores, diez pesos la oferta.
Quince minutos caminando y ya voy con las bacterias a chupar de los cadáveres algún trozo de carne, algún coro, algún solo.
Ya llego al corazón rojo. Su ritmo es acelerado pero después de unas horas, atropellado, descordinado y finaliza bajo, muy bajo...inaudible.